Somos testigos de un cambio paradigmático: los autores fuimos formados, en el siglo XX, en ciencia y arte para ser médicos de enfermedades y enfermos; hoy educamos para que nuestros futuros colegas manejen los riesgos, traten los casos, estudien los pacientes, cuiden a las personas y proyecten su acción a la familia, a la comunidad y al medio ambiente. Así, entonces, será tan importante medicar a un paciente añoso de la comunidad, con neumonía, como insistir para que su hijo conduzca el veloz automóvil con cinturón de seguridad colocado, o recomendar que su nieto consuma la carne bien cocida en el fast food de moda. Todo ello para que, en medio de grandes cambios y dilemas, aparezca algo que no cambiará: la relación humana entre el médico y sus pacientes o las personas y sus familias sanas que enfrentan riesgos evitables de enfermar y morir.
Ahora bien, las bases y los principios son inmutables y tienen una antigüedad que transita su tercer milenio; esta evocación, tan evidente como severa, se refiere a los postulados hipocráticos y a los votos de una ética y una conducta juramentadas.
Esta publicación intenta focalizar la relación estudiante-paciente en el trascendental instante en el que comienza tal encuentro, con la certeza de que tendrá una significativa influencia en la maduración de su personalidad, en la exaltación de sus cualidades y en la evolución de sus capacidades.