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Juan Soldado

Retrotraerse a la infancia suele ser tentación de poetas. Así como en Chico Carlo (1944), donde su prosa es evocativa y tiene aires de lejanía, así en este Juan Soldado (1971) nos conduce Juana de Ibarbourou a una zona emotiva de su niñez, donde los personajes son recreados con la visión inocente que caracteriza esos años primeros. Conmovedores relatos de un tiempo desaparecido en páginas empapadas de ternura. Ella alcanza en este libro el alto nivel creativo que dio lustre a su poesía, poesía confesional y misteriosa que alcanzó cimas inusuales en la literatura latinoamericana. Desde la publicación de Las lenguas de diamante (1919), El cántaro fresco (1920) y Raíz salvaje (1922), los elogios a su poesía han sido incesantes, llamándosela “Juana de América” como una justa distinción. “Su misterio —escribió Gabriela Mistral— es el peor de todos: el de lo luminoso y no el de lo sombrío, y burlaría al propio Doctor Fausto”, y el narrador Carlos Reyles agregó: “Es la expresión poética de una sensibilidad primitiva, exquisita al mismo tiempo, dionisíaca y mística a la vez, simple y arcana, regocijada y saturnina por igual, y por todo ello enigmática”. La hermosísima prosa de Juan Soldado merece iguales calificativos.

En nuestra Biblioteca Clásica y Contemporánea figuran también su Antología (388), Las lenguas de diamante (301), Raíz salvaje y El cántaro fresco (302), como un merecido homenaje a la gran escritora uruguaya.