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Edipo

El psicoanálisis freudiano dio al mito de Edipo una difusión que reduce sus complejas problemáticas a un crimen de incesto. Edipo es mucho más. La inestabilidad de lo humano, la fuerza destructiva de la ira, la arrogancia de quien cree conocer la realidad e ignora evidencias de su error,  la trampa del poder real y la avidez del trono que convierte a reyes en déspotas, la felicidad y el horror, la libertad humana y el destino, todo está allí, de Sófocles a Séneca.
Cinco siglos después de su precursor griego, Séneca acerca situaciones y personajes al público romano. Las causas de la peste se investigan por vía de la adivinación, ahora según prácticas itálicas, que mostrarán lo que Edipo no puede ni quiere ver. Lecturas del fuego y de entrañas de animales, apelación a los muertos, todas las evidencias naturales y sobrenaturales van estrechando el cerco al culpable.
Hay en Séneca, además, una preocupación central por la situación del individuo en el Imperio, que obliga a redefinir conceptos como libertas (libertad) o uirtus (virtud) en un contexto donde el emperador puede impunemente transgredir leyes y cercenar libertades ciudadanas. Así, Edipo resulta ejemplar para el hombre y el gobernante, pues encarna al rey desviado y, como tal, vale tanto para el ser humano que, ciego ante el destino, no atina a gobernar sus impulsos, como para el gobernante que, confiado en la agudeza intelectual con que venció a la Esfinge, se deja ganar por privilegios aparentes de una condición falaz que sólo puede conducir a la catástrofe.